sábado, 13 de agosto de 2011

Es la hora

- Hola, disculpa: ¿me podrías guardar el móvil mientras que me doy un baño y avisarme cuando suene la alarma?
* Sí, claro. No te preocupes, tu móvil está en buenas manos.
Se va feliz, los pies no le llegan al suelo y sus ojos han recuperado el brillo que le robó aquel Otoño. Entra en la piscina, no le gusta el frío pero piensa en la sonrisa de aquel chico y la sangre bulle por sus mejillas aportándole calor.

* ¿Perdona? - se acerca al bordillo y se la come con la mirada - Ya es la hora.
- ¿Ya? - se extraña.
Cuando sube las escalerillas, él está allí esperando, con su mano tendida.
* Si te digo que confíes en mí y me acompañes a la playa, ¿lo harás?
No sabe por qué pero asiente con la cabeza, dejándose llevar.
Corren juntos, cogidos de la mano, riendo sin parar y sin dejar de mirarse. Ninguno habla, hasta que el chicho se detiene y le entrega el teléfono.
- Pero... - las palabras se niegan a salir de su boca - pero si todavía no es la hora...
* ¿Cómo que no? - finge preocupación y se acerca a la pantalla del móvil - Aquí ponen las 11 y 12 minutos.
- ¿Y? - espera algo enfadada una buena respuesta.
* Pues que es la hora de dejar atrás todo, es la hora de que olvides aquello que entristece tu mirada, es la hora de que encuentres a alguien que te haga el mundo más bonito, es la hora de que aprendas a ser feliz, es la hora de que le digas al mundo que tú puedes, es la hora de dejarte querer, es la hora de que me mires fijamente mientras yo creo vislumbrar el mar encerrado en tus ojos. - su boca se adhirió a aquellos labios que soltaban palabras bonitas y ya el chico no pudo continuar.

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